martes, 5 de julio de 2011

Se nos fue la mosca cojonera


"Nosotros, los que hoy nos estamos manifestando aquí y en todo el mundo, somos como aquella pequeña mosca que obstinadamente vuelve una vez y otra a clavar su aguijón en las partes sensibles de la bestia. Somos, en palabras populares, claras y rotundas para que mejor se entiendan, la mosca cojonera del poder." José Saramago


Hace un tiempo preparé una despedida para José Saramago pero el tiempo, las excusas y la vida no me permitieron terminarla y publicarla. Hoy que estoy revisando notas y poniendo al día mi blog, me reencuentro con este gran hombre y quiero publicar mi homenaje un año después de su muerte.

La ceguera no está en los ojos, sino en el alma. La ceguera blanca de Saramago me impactó desde el momento en que comencé a leerla, no era oscuridad, era el exceso de luz el que no permitía ver, era una ceguera lechosa, pesada, una ceguera inusual, la misma que tenemos en nuestros días, cuando nos negamos a ver las inequidades, la injusticia, la falta de solidaridad.

Saramago me causó admiración desde el principio, no sólo escribía de una forma poco convencional, dándose el lujo de eliminar los puntos y las mayúsculas, como en la Caverna, sino que se atrevía a cuestionar la base fundamental de la fe, como en el Evangelio según Jesús, o de la democracia como en Ensayo sobre la Lucidez, este último incluso alimentó mis sueños de participación política durante un largo tiempo.

Me causaba admiración también, el que hubiera comenzado a escribir tan viejo (espero no ser irrespetuosa), casi a los 54 años, y no puedo negar que eso me ánima a pensar que algún día podré dedicarme a escribir, así no sea para vivir de ello.

Pero eran sus posiciones políticas las que más me gustaban, siempre cuestionando, siempre preguntando, sin tragar entero, sin caer en fanatismos o en lambonerías o en amarillismo, este hombre profundamente demócrata pero crítico de la democracia, opino hasta el último de sus días y se comprometió con muchas causas que a veces parecían perdidas.

Su metáfora más clara fue la de las moscas cojoneras o más que clara, la que más claridad aportó a mi vida política, siempre pensamos que para enfrentarnos a los grandes poderes debemos ser igualmente poderosos y que como no lo somos debemos pasar de agache, aguantarnos o ignorar las injusticias, pero las moscas cojoneras no tienen problema en el tamaño de la bestia que molestan, una y otra vez regresan por su presa así ésta las pueda aplastar de un sólo golpe, hasta que finalmente la enloquecen y la tumban, ¿no podemos ser nosotros esas moscas cojoneras que no sueltan su presa? ¿no podemos insistir en tumbar a la bestia así seamos miserables moscas? ¿no podremos trabajar en grupo para lograrlo?

Gracias a él creo que si, que podemos tumbar los esquemas tradicionales que no nos permiten aprovechar el potencial de la solidaridad y la complejidad de nuestra sociedad para construir formas mejores de vivir, gracias a él creo que podemos cambiar el mundo, moldearlo, mejorarlo, adaptarlo, adecuarlo. Gracias a él creo que podemos usar nuestro poder de moscas cojoneras y picar y picar hasta que los cansemos.

Gracias Sr Saramago por ser una luz en un mundo de ciegos, gracias por mostrarnos que se puede pensar en un mundo de loros, gracias por creer que la Lucidez llega con las decisiones y no con los miedos, gracias por enseñarnos a ser jóvenes siempre.

Mañana es la única utopía
Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo...
¡Qué importa eso!
Tengo la edad que quiero y siento.
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido.
Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la
convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
No quiero pensar en ello.
Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo
que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer
lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos
y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir: Eres muy joven, no lo lograrás.
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero
con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones
se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse
en el fuego de una pasión deseada.
Y otras en un remanso de paz, como el atardecer en la playa.
¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues
mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino
derramé al ver mis ilusiones rotas... valen mucho más que eso.
¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta!
Lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!
Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.
José Saramago

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