Conocí la Quebrada las Delicias gracias a mi amigo Sebastian, siempre me ha gustado caminar pero debo confesar que me daba miedo subir a esa zona, el intercambiador de la 63, ese elefante blanco e inútil que construyeron en su ronda, lo hizo un lugar sórdido y pocas veces me imagine que si subía un poco más podría encontrar un lugar hermosisimo lleno de cascadas y de agua cristalina.
El camino no es fácil, pero tampoco requiere un esfuerzo muy grande, un sendero de piedras y vegetación, muy poca nativa lastimosamente, muchos eucaliptos, pero llena de vida y diversidad, eso era lo que más amaba él, la vida, la diversidad. Cuando subí por primera vez tuve que cruzar un pequeño camino estrecho que daba a un vacío, a un pequeño precipicio, no era muy alto debo admitirlo, pero mi miedo a las alturas estuvo a punto de paralizarme y me costaba dar otro paso, Sebastían me dio su mano y con toda tranquilidad me ayudo a pasar, me daba seguridad que él me apoyara, me daba tranquilidad saber que estaba allí. Conocí la Quebrada y supe que él tenía razón, que teníamos que protegerla y en cuanto pudimos hicimos un proyecto para recuperarla, pero no logramos ver sus resultados juntos, no logramos disfrutarlos.
Hoy volví a ese hermoso lugar, el agua caía abundantemente y el sol brillaba en medio de sus gotas, las cascadas parecían gritar, parecían saber la razón por la cual estábamos allí, las cascadas sintieron nuestro dolor y lloraron con nosotros.
Hoy volví y camine por esos senderos, por el camino estrecho que tanto miedo me da y no tuve a Sebas para que me diera la mano, no tuve su apoyo para vencer mis miedos, tuve que cruzar sola, aunque estaba acompañada de más personas, pero mi corazón sintió el vacío de su ausencia.
Subimos con un propósito, llevar las cenizas de Sebastian a ese lugar hermoso que tanto amó y protegió, subimos en peregrinación, observando cada sitio como un lugar sagrado, cuando llegamos a las cascadas supimos que era el mejor lugar para que él se quedará para siempre, mezclado con la tierra, con el agua, con los árboles. Un árbol nativo fue el sitio escogido, un árbol pequeño pero firme, aferrado a la tierra y a la vida, como era Sebastian.
Cuando vi que sus cenizas se regaban en la tierra no pude evitar llorar, ya no eras más cuerpo, ahora era sólo espíritu, un espíritu que tomará el agua de esa cascada que hoy gritaba con fuerza y nos bañaba con un rocío frío y tierno a la vez.
Llore mientras pensaba en la falta que me va a hacer que me de su mano y me brinde confianza, mientras recordaba su sonrisa, su vitalidad, su vigor, mientras pensaba en los proyectos que no pudo concluir y que eran nuestros sueños compartidos. Llore porque en medio de tanta vida, nosotros ibamos a hacer una conmemoración a una muerte, a su muerte.
Mi corazón sabe, en lo profundo, que hay que continuar, que necesitamos proteger la vida, la diversidad, que sus proyectos son los míos, que compartimos los sueños y debo ir en pos de ellos, pero el dolor me llena de temor y me hace falta su mano para cruzar los pequeños y los grandes abismos. Sé que debo continuar pero aún no se cómo, espero que al igual que hoy, aunque el camino sea díficil, logremos llegar a ver la hermosura y escuchar como la vida explota en nuestros oidos, me hará falta tu mano mi Sebas, pero aprenderé a cruzar mis miedos.
Te quiero mucho.
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