domingo, 17 de agosto de 2008

EL DISCURSO FINAL

Tengo una multitud en frente mío, no puedo creer que tanta gente venga a verme, esa es una buena señal, mis asesores aseguran que es una muestra de mi éxito. Es increíble que tanta gente me salude, todos creen conocerme, me saludan como si fuéramos amigos de infancia. Todos creen que los recuerdo y sé exactamente quiénes son y que hacen. Y la verdad es que en su mayoría lo sé, llevo años entrenándome para eso, trabajando mi memoria para no olvidar a todos aquellos que veo, así sea una sola vez. En algunos casos logro recordar el día y el lugar en que los conocí, en otros, solo recuerdo el nombre, pero eso basta para que se sientan importantes.
Llevó meses saludando gente, convenciendo a algunos de darme plata y convenciendo a otros de que me apoyen. A otros los hipnotizo y a otros más los seduzco. No importa la forma, lo importante es atraer más gente.
Mis asesores están orgullosos de mi, dentro de poco podré mostrar los resultados de tantos meses de hablar y hablar, dentro de poco podré decir que lo he logrado y que no he dependido de nadie, solo de mis habilidades.
Es curioso como siento cada vez más soledad, en medio de multitudes cada vez más grandes, es curioso como cada vez digo menos cosas a medida que hablo más. Ya nadie sabe lo que pienso, me he encargado de no dejárselos saber, no confío en nadie, todos me pueden traicionar, mejor mantener un discurso igual para todos, un discurso conveniente, un discurso “políticamente correcto”. Muchos han caído por confiar en alguien, le contaron un secreto a su mejor amigo y este lo vendió al mejor postor. No se puede correr riesgos, nosotros vivimos de nuestra imagen, si nuestra imagen se cae, estamos perdidos.
Ya no digo lo que siento, ni siquiera a mis amantes, en algunas ocasiones les cuento cosas a los amores pagos, esos que no volveré a ver, pero aún en esos casos solo cuento fragmentos sin sentido que no podrán juntar, la mayoría de las veces no entienden nada y solo hacen cara de interés.
En esta reunión ya han llegado más de 1.000 personas, todos me miran ansiosos, esperan que yo les ayude, que yo les resuelva sus problemas. Algunos son muy prácticos y sólo quieren que les ayude a conseguir trabajo, a darle salud a su mamá o a que se ganen la lotería. Si supieran que no puedo resolver nada.
Es el momento de hablar, preparé mi discurso anoche, es emotivo, serio, convincente, es digno de un gran orador, puedo mover masas con este discurso, será mi preparación para la reunión final en la que espero tener cientos de miles de personas mirándome, la reunión final, la definitiva, con la que puedo ser elegido.
Siento un poco de miedo, no es que no esté acostumbrado, varias veces he visto multitudes y me he dirigido a ellas, pero todas las veces es como la primera vez. Ya se acerca mi asistente, creo que es el momento de hablar, espero que el público esté lo suficientemente animado, debo mantener el interés, no puedo perder su apoyo.

- ¡Pastor, llegó el momento, ya terminamos los salmos, puede iniciar su sermón!
- Gracias, Dios te bendiga hermano, ya me siento lleno de Espíritu Santo.
- ¡amén!
- Amen.



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La sabiduría suprema era tener sueños lo bastante grandes para no perderlos de vista mientras se persiguen.
- William Faulkner